Ayer sufrí una noche de insomnio, me mantuve despierto a tan altas horas de la noche que no me di cuenta cuando me quedé dormido.
Escuché muchas cosas, las gotas en el techo, algún insecto desnorteado que azotó en mi ventana, un grillo inspirado, pero lo que más me gustó escuchar fué mi yo interior.
Llevo ya casi dos meses de soledad, mi esposa sigue ausente junto con mis hijos, y según se ve faltará un poco menos de un mes para que esté de regreso. Por lo pronto sigo tratando de convivir conmigo, sigo lavando mi ropa, arreglando mi casa. Lo que ya no pude seguir haciendo fué cuidar mis plantas, pero veo que se han sabido valer por ellas, y creo que ésta lluvia llegó porque alguien por allá arriba las vio secándose. Tampoco he seguido cocinando, no me gusta mi sazón o la sazón que surge cuando la soledad abunda. Por éso como diariamente con mis compañeros de trabajo.
Ayer mientras intentaba dormir, recordé la plática que tuve en la comida con mis amigos, es gracioso que mientras comemos estemos riendo, lo que no se le ocurre a uno se le ocurre a otro.
Pero la mayoría de ellos siempre espera mis comentarios, los incisivos, los que harán reir a carcajadas. Ayer una amiga con la que comimos me dijo que yo era un horror, y me preguntó cómo me consideraba.
Es difícil reponder éso, porque ni yo lo sé. Pero sinceramente quisiera saberlo, y precisamente en ello pensé mientras estaba despierto.
He escuchado que mucha gente se dice ser así o asado, aveces pienso que éso que dicen es lo que quisieran ser en realidad.
¿Cómo soy? una pregunta hecha por mí para mí (respiro hondo porque quiero ser sincero).
No lo sé, y lo primero que me llega a la mente es que soy como un perro, de los callejeros, de los que caminan sin tener un rumbo.
Creo ser como el perro que camina con temor pero sin demostrarlo, porque sabe que tiene que desplazarse, que se mete por lugares que no debería, que hace lo que sea por seguir caminando.
Soy como el callejero, que corre con mucha suerte, que por cierto ésa suerte casualmente la miran los demás menos él. Suerte porque a pesar de llegar a ser arrollado algún día, no fué suficiente para sacarlo de la jugada, del camino que recorre.
La vida me ha sarandeado muchas veces, como a ése perro que camina nomás, y sigo en lo mismo, aquí mismo y por lo mismo.
Soy como el perro que disfruta libre del sol y de la claridad del cielo.
Soy como el perro encerrado en su mundo, y que solo vive para comer y caminar.
Soy como el perro que puede disfrutar de la vida y después quejarse que no tiene lo que él quisiera.
Soy como ése perro que evalúa el tener la libertad de seguir caminando o el lujo comprado de tener techo, comida y un amo... mantenido siempre amarrado.
Sí, creo ser así, como los perros, los callejeros... los que viven en presente por ser lo único que tienen, aquellos que siguen caminando.